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Una de las vetas subterráneas que fluyeron a lo largo de toda la Edad Media fue el problema de conciliar fe y razón, o si queréis, filosofía con teología. San Agustín en el siglo V las había hermanado totalmente, «creo para entender y entiendo para creer» decía. Santo Tomás en el siglo XIII, separó las dos fuentes del conocimiento y admitió que había un territorio en el que la razón y la fe marchaban unidas. Guillermo no estuvo de acuerdo con ninguno de los dos. Defendió que los dos caminos deben ir siempre por separado. La inteligencia se debe dedicar a los objetos materiales y no debe usarse con los objetos de la fe. Se abría así la puerta para la investigación científica libre de la tutela del poder eclesiástico. He dicho que se abría, pero naturalmente no para que entraran de golpe ráfagas huracanadas de pensamiento libre. Fue un proceso lento, pero que tuvo en él, junto a otros, a sus héroes casi anónimos. Esta idea le arrastró a enfrentamientos con posturas ortodoxas. Si admitimos la separación de las dos esferas, ocurren muchas cosas…
Texto de Antonio Hurtado
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