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La dama de los gatos

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Allá en la década de los 60, paseando por los aledaños del Panteón romano, me impresionó la cantidad de gatos que habían fundado su pequeña república a lo largo y ancho de la barriada. Algunos se preguntarán qué forma es esta de empezar hablando de María Zambrano y qué tendrá que ver una caterva de gatos con la filosofía. Nada, nada en absoluto, pero me da pie a que os cuente algo.
Corría el año 1964. Conversando con mis amigos sobre la república gatuna, antes mencionada, me comentaron que había una española que tenía alertado los ánimos vecinales debido a la cantidad de gatos que cuidaba. Yo me encogí de hombros y lo arrojé al zurrón del olvido, por cierto no tan grande como lo cargo ahora. Años más tarde ese recuerdo se me hizo presente. Resulta que María Zambrano y su hermana Araceli recibieron la orden de expulsión de Roma, promovida por la denuncia de un político fascista. El motivo aparente era, adivínenlo, los gatos. La orden se aplazó durante un año pero el incidente terminó con las dos en Francia acompañadas de un aviso policial de peligrosidad. Desde entonces yo la llamé mi dama de los gatos.
Nuestra dama tuvo una vida intensa, peligrosa. No por los gatos, ciertamente. Desde pequeña había padecido ataques constantes y agudos que minaban su salud. Esa contrariedad parece que la hizo más fuerte, de pensamiento y obra. En el instituto donde estudió sólo había dos chicas. No le importó. Mantuvo una actitud destacada en el campo educativo, político, social y filosófico. Defendió la República activamente. Sus críticas al movimiento fascista y su postura intelectual la obligaron a salir de España. Regresó, curiosamente, cuando la República perdió Bilbao. Todos se extrañaron y le preguntaban porqué lo hacía en ese penoso momento. Nuestra dama se explicó clara y concisa: «por eso». Naturalmente terminó exiliada. Su odisea por París, La Habana, México, Roma y Ginebra le permitió entrar en el círculo mágico de los creadores culturales más brillantes, tanto en América como en Europa. Fue muy querida por sus amigos que la visitaban en cuanto les era posible. Aceptada internacionalmente, en España no tuvo esa suerte hasta que, bastante tarde, se le reconocieron sus escritos y su filosofía. En 1981 recibe el premio Príncipe de Asturias. Regresa a España en 1984 y se le otorga el premio Cervantes cuatro años después. Así que mi dama de los gatos, expulsada de Roma por peligrosidad social, termina en lo más alto de la cultura americana y española.
El pensamiento de María Zambrano es sumamente original por su intento de aunar filosofía y poética. Ortega había defendido la «razón vital» y ella se ve en la urgencia de defender la «razón poética». Esa razón poética, debe ser el método, caminando como la luz de la aurora, sin clasificar, sin sistemas ni definiciones. Debe ser metáfora que se desvela en la penumbra de la palabra.
Por otra parte defendió con ahínco que es necesario plantearse de nuevo las raíces de la democracia, para volverla a situar en un marco donde tengan cabida las personas y no solo los individuos como números. La aventura histórica, denuncia, no ha conseguido ser una aventura humana. Únicamente una auténtica democracia puede llevarnos a la igualdad entre personas. La masa es simplemente suma de individuos, pasividad, obediencia a las directrices de los formadores de opinión. «Mas, en cambio, si el ser persona es lo que verdaderamente cuenta, no sería tan nefasto el que hubiese diferentes clases, pues por encima de su diversidad y aun en ella, sería visible la unidad del ser persona, de vivir personalmente. Se trata, pues, de que la sociedad sea adecuada a la persona; su espacio adecuado y no su lugar de tortura»

Texto de Antonio Hurtado

 

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Extraña realidad

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Hace ya un largo tiempo que entrevisté a don José Ortega y Gasset después de su muerte, ocurrida el 18 de octubre de 1955. Supongo que D. José me perdonará esta licencia estilística, puesto que él mismo usó la metáfora y la ironía como un recurso de su especial sentido humorístico, ¿Verdad don José?

Ortega.– Es muy cierto. Por ejemplo, ¿qué le parece aquello que dije?: «Hay quien ha venido al mundo para enamorarse de una sola mujer y, consecuentemente, no es probable que tropiece con ella». ¿Y esta otra: «La vida humana eterna sería insoportable».
Yo.– Si, lo recuerdo, y otras como «el malvado descansa algunas veces, el necio jamás». O que el historiador era un «profeta al revés».
Ortega.– Fíjese que en mis largas discusiones con Unamuno le ataqué por su falta de sentido del humor, además de por otras muchas otras cosas.
Yo.– Se refiere usted, sin duda, al agrio debate sobre la europeización de España o la españolización de Europa. Recuerdo la frase de Unamuno cuando decía «que inventen ellos».
Ortega.– Claro, claro. No sé si me pasé cuando escribí que no era la primera vez que hemos pensado si el matiz rojo y encendido de las torres salmantinas les vendrá de que las piedras aquellas, venerables, se ruborizan oyendo lo que Unamuno dice, cuando a la tarde pasea entre ellas.
Yo.– Pero usted tuvo una constelación de pensadores girando entorno suyo. Por decir algunos, García Morente, Zubiri, Julián Marías, María Zambrano, Ferrater Mora…
Ortega.– Perdone que le interrumpa. Es verdad lo que me dice, pero mis escritos tuvieron más eco fuera de España, sobre todo en Alemania, donde estudié en varias universidades. Sobre todo me referiré a Marburgo.
Yo.– Pero,… no me negará que como ensayista, fundador y alma de Revista de Occidente, articulista, contertulio, conferenciante, era usted insuperable. Su forma de hablar y de escribir ha dejado una huella imborrable en España.
Ortega.– Verá. Quise durante toda mi vida que entraran los aires frescos europeos en muestro árido panorama. No se debe obviar que mi actuación política protagonizó esa inquietud, pero la República no terminó de entenderlo. Con el golpe militar tuve que exiliarme. París, Países Bajos, Argentina, Lisboa fueron jalones de mi trayecto vital. No estuve con nadie y eso me acarreó muchos disgustos. Situación parecida se produjo cuando volví a España a dar conferencias, clases y otras menudencias. Muchos seguidores míos no lo entendieron.
Yo.– O lo malinterpretaron. Usted escribió que no se puede vivir sin una interpretación de la vida.
Ortega.– Es cierto, no se puede vivir sin una interpretación de la vida. La vida es una extraña realidad que lleva en sí su propia interpretación. Esta interpretación es, a la par, justificación. Yo tengo, quiera o no, que justificar ante mí cada uno de mis actos. La vida humana, es, pues, a un tiempo delito, reo y juez. Precisamente porque la vida es siempre perplejidad, no saber qué hacer, es también siempre esfuerzo para orientarse.
Yo.– Un momento, maestro, se puso de moda en Europa que la orientación debía salir de lo instintivo, otros opinaban que la orientación debe fundamentarse en la razón. ¿Y usted?…
Ortega.– Ni lo uno, ni lo otro. Es verdad que Europa se dejó encantar por lo razonable, siguiendo a los griegos, y no deja de ser verdad que se exageró. La razón es solo una forma y una función de la vida, pero surge de ella. El error de Sócrates fue suplantar la vida por la razón, y el error de Nietzsche fue la exaltación de la vida sin razón. La vida humana es el quehacer del yo con las cosas. Escúcheme, las piedras, los animales, viven: son su vida. El animal se mueve, siente dolor, desarrolla sus miembros: él es su vida. La piedra yace sumida en un eterno sopor, en un sueño denso que pesa sobre la tierra: su inercia es su vida. Pero ni la piedra ni el animal se percatan de que viven. Cuando nació el hombre, cuando empezó a vivir, comenzó asimismo la vida universal.
Yo.– Don José, no quiero robarle más a su descanso. Le doy mil gracias, y me confieso un ferviente admirador suyo. Mi proyecto vital quiera que podamos charlar de nuevo más distendidamente. Naturalmente en el sitio que usted me indique.

Texto de Antonio Hurtado

 

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Superman ¿derrotado?

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Es patéticamente curioso cómo alguien que defendió la pasión por la vida, el protagonismo del instinto, la apología de la lucha, el desprecio hacia la debilidad, la apuesta por la soledad nacida del desprecio y el odio de los bienpensantes, acabara sus últimos años enfermo, dependiente y apenas consciente de su entorno.
Hay quien ha querido ver en sus escritos el paso progresivo de la enfermedad, pero la belleza de su literatura y la rotundidad de sus afirmaciones pueden dejar a un lado ese intento de desvirtuarlos.
Un par de recuerdos surgen de mi memoria, a veces fiel y la mayoría traidora. El primero es una película. Se trata del final de «2001: una odisea del espacio» de Kubrick. Un bebé surge, en primer plano, cerrando y superando todo lo anterior. Sería una forma de insinuar una nueva forma de vivir. Nietzsche la habría aplaudido porque desea un nuevo hombre superior, distinto, apoyado en la vida y no contra ella, un Superhombre, así con mayúscula. Nuestro filósofo y filólogo manda directamente a la basura toda la cultura anterior, enraizada en verdades fijas y absolutas. Ese mundo, hijo de Sócrates, Platón y el cristianismo debe desaparecer. Morir. Era un mundo, anclado en la debilidad y en la suprema e inmutable idea de Dios. Nietzsche grita: «Dios ha muerto».
Hay que subvertir ese orden. «Hermanos, permaneced fieles a la tierra» proclama Nietzsche desde Así habló Zaratustra. La vida es principalmente irracional, instintiva, como un triunfo de Dionisos frente a Apolo, o de lo caótico, desmesurado y frenético contra lo claro, ordenado y razonable. De esa placenta nacerá ese nuevo ser, un auténtico superhombre que se atreve a crear sus valores personales con voluntad de poder, y que vive peligrosamente su propia vida y no la del rebaño siempre dirigido.
Nietzsche, para mayor infortunio suyo y de los que lo leen, fue adoptado y traicionado. Muchos románticos, muchos irracionalistas, muchos vitalistas y hasta ideólogos nazis —con poderío de superhombre como führer, duce, caudillo—, anhelaron apropiárselo. El superhombre de menudeo también anda suelto por ahí, hoy día, volando en el comic y el videojuego, o con fuerzas sobrehumanas y máquino-adictas. No importa. Su obra no se deja. Es personal e intransferible.

Texto de Antonio Hurtado

 

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Primos

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Le conté a mi primo que Kant fue, posiblemente, la culminación del pensamiento ilustrado, y que, al mismo tiempo, había inaugurado una forma distinta de encarar el conocimiento y la ética.
Verás —le dije—, Kant simboliza la figura tradicional del sabio catedrático ensimismado en la fabricación de sus teorías y en la necesidad de divulgarlas. De una disciplina mental fuera de lo común pero de temperamento muy sociable, amigo de tertulias, muy ingenioso y hábil en la conversación.
Lo importante —continué con la explicación— es que nuestro Immanuel, que así se llamaba, intentó responder a las preguntas que todo el mundo se hace: qué puedo conocer, qué debo hacer, qué me está permitido esperar y qué es el Hombre. ¡Total nada! —exclamó mi pariente.
Kant buscó siempre partir de los sentidos, para contestar a lo que podemos saber, pero, a su vez, intuyó que el ser humano modela la materia, recibida por los sentidos, con unas formas innatas. Esas formas las pone la sensibilidad, luego el entendimiento y finalmente la razón. Vamos —dijo mi primo— que es como una cadena de montaje en la que cada departamento actúa sobre lo que recibe del anterior. Sí señor, pero ¿adivinas la conclusión? La razón tiene sus límites. Así, razonar sobre Dios, el alma o la totalidad del mundo es imposible puesto que de ninguno de ellos se recibe nada desde nuestros sentidos. La cadena de montaje funciona en vacío. Entonces cualquier hombre se pregunta también ¿qué debo hacer? Aquí igualmente rompe con la visión tradicional que mandaba cumplir con una lista de preceptos. Lista que recibimos siempre de otro, mandando lo que es bueno. Kant, se niega a aceptarlo. En ese caso sería bueno solo el que manda.
Kant es tajante. La bondad nace del deber. El deber es la forma, el molde de la razón en su uso práctico y personal. Todo debe supeditarse al deber.
¿Y cuál sería en cada momento nuestro deber si no hay catálogos que cumplir? —me preguntó— «Obra de tal modo que uses a la humanidad como un fin, nunca como un medio». Eso es lo que respondió Kant. Ahora viene lo complicado: cada uno usará su libertad para materializar cuál es ese «de tal modo». No vale el ciego cumplimiento de voluntades ajenas.
Mi primo murmuró que todo eso era muy bonito, pero muy difícil. ¡Y es que a mi primo, lo difícil..!

Texto de Antonio Hurtado

 

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Pájaros ilustrados

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Preguntaron un día qué significaba Voltaire. Nadie lo sabía, pero hete aquí que un avispado con cara divertida dijo algo así como: veamos, es francés, volt puede ser girar y aire ya se sabe. ¡Ya está!… girar en el aire… ¡pájaro! Nos reímos pero yo me quedé pensando. Sabía que el seudónimo ofrecía varias explicaciones pero que Voltaire fue tratado como un terrible pájaro era verdad.
Fue filósofo, historiógrafo real, divulgador de las ideas de Newton y de Locke, colaborador en la Encyclopédie, escribió teatro, mantuvo correspondencia con la intelectualidad europea. Criticó y atacó toda mentalidad que surgiese del fanatismo, sobre todo si era político o religioso. Así escribió contra los fundamentalismos islámicos, judíos y cristianos, contra el absolutismo de la realeza, contra el maltrato a los esclavos y contra todas las ideas que no llevaran a la Ilustración.
La idea de progreso supuso un rompimiento absoluto con las concepciones tradicionales: para la antigüedad griega la historia era cíclica, para el cristianismo todo se convertía en una lucha interna, entre el bien y el mal. Voltaire luchó resueltamente contra el catolicismo por ser un protagonista claro de crueldad e intolerancia.
No me importa decir que nuestro hombre murió siendo una de las principales riquezas de Francia, y que esa fortuna fue conseguida con sus libros, pero también con medios no demasiado honestos. La libertad necesita de una suficiente base material. ¿A ver si lo de pájaro?…

Texto de Antonio Hurtado

 

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Calientes diálogos

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Parece que las entrevistas se iniciaron a mitad del XIX, aunque hay quien defiende que existieron bastantes entrado el XVII. Aquí está la demostración. Es una conversación con Hobbes mantenida poco después de morir. Fue así:
Yo.— ¿Cuándo nació usted señor Hobbes?
Hobbes.— Creo que fue en 1588. Viví unos 91 años, si se puede llamar vida a un continuo viajar, huir, entrevistarme con científicos, publicar para que se me atacara de forma inmisericorde…
Yo.— Un momento, un momento. Creo que debemos ir por partes aunque sea de forma sucinta. ¿A qué se dedicaba usted?, ¿Era tal vez profesor, investigador…?
Hobbes.— Hummm… Verá es difícil contestarle. Estuve mucho tiempo ligado a la familia Cavendish, como tutor y otras cosas más. Fui profesor de Matemáticas del que sería rey de Inglaterra como Carlos II, al que había conocido en París en mi época de destierro voluntario y en su época de destierro político. Me dedicaba a escribir un poco de todo. Así publiqué cosas muy ligadas a la física mecanicista. También contra Descartes, pero, sobre todo, en el terreno social y político.
Yo.— Eso quiere decir que el gran Hobbes estuvo volcado en lo que podríamos llamar terreno científico. ¿No es así?
Hobbes.— Pues si y no. Tuve mucho contacto con científicos, a los que debo mi concepción mecanicista, pero hay otras cosas. ¿Sabe que escribí una autobiografía en verso?, ¿Sabe que traduje la Ilíada y la Odisea?
Yo.— Vaya hombre, me deja usted sorprendido. Aunque no creo que condenaran sus libros por eso.
Hobbes.— ¡Definitivamente no! Además usted es demasiado indulgente si piensa que se limitaron a ello.
Yo.— ¿Ah, no? ¿Qué más pasó?
Hobbes.— Miedo. Oiga, quemaron públicamente mis libros. Una vez en vida y otra después de muerto. ¡Qué vergüenza! Se debería repasar las quemas de libros a lo largo de la historia para darse uno cuenta de lo que es el miedo a la libertad de pensamiento.
Yo.— ¿Qué defendía usted, mi querido Hobbes, para que se produjera esta deshonra?
Hobbes.— Verá, eran ideas, y las ideas producen miedo y el miedo inseguridad. Los sistemas que se llevaban eran contrarios a la libertad y a la razón. Yo me apoyo en la razón, pero no estoy de acuerdo en cómo la enfoca Descartes. La razón no es infalible, aunque es cierto que necesite método. Tampoco soy mi pensamiento. Es como si dijera que «yo estoy paseando por lo tanto soy un paseo». Los animales también tienen su razón, anticipan, ponen medios y acomodan su conducta al resultado.
Yo.— No veo muy bien que eso causara problemas más allá de una discusión.
Hobbes.— Verá. Yo estudio la sociedad, la observo y saco conclusiones. Por ejemplo sabe que la sociedad inglesa está dividida entre monárquicos y parlamentarios. Unos, que si el poder viene de Dios, los otros, que debe compartirlo con el pueblo. Pues están equivocados los dos. La naturaleza humana, ella misma, los contradice. Hay dos fuerzas en el hombre, una es la avidez que pretende gozar él solo. Por eso un hombre siente a otro como un lobo que quiere apoderarse de lo suyo. Ñam, y ya está. Pero también existe la razón que siente miedo y quiere huir de la muerte violenta. La única forma de hacer todo este lío congruente es establecer un contrato por el que todos someten su voluntad al Estado, el Leviatán, que armoniza a tantos lobos como existen.
Yo.— ¿Pero eso conduce al absolutismo, emanado no de Dios sino de la razón?
Hobbes.— Sí. Por eso unos y otros me persiguieron a mí y a mis libros. Tenían miedo de mis ideas. En especial de mi libro Leviatán.
Yo.— ¿Esto quiere decir que el único motivo de la sociedad es la seguridad de la propia vida. Es decir, el miedo?
Hobbes.— Si, yo siempre he dicho que nací hermanado con el miedo… El tema es difícil, lo sé, seguramente otros intentarán otra explicación, pero, ¿porqué no lo discutimos sin que haya fuego de por medio?

Texto de Antonio Hurtado

 

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De cafés y músicas con Ortega

Cafés y músicas con Ortega

«Las músicas que escuchaban los filósofos» es un estupendo programa del canal Radio clásica de RNE. Aquí podéis escuchar el dedicado a Ortega y Gasset, que repasa su legado como fundador de la Escuela de Madrid y las ideas que intentó propugnar para sacar a España de su estancamiento, tras las diversas vicisitudes del final del siglo XIX y comienzos del XX.
La narradora (y responsable del programa) Mercedes Menchero Verdugo, fabula un delicioso viaje por diversos cafés de Europa y América y el encuentro del filósofo con las músicas e intérpretes de su tiempo: Mahler, Duke Ellintong, Falla y Gardel entre otros.

Sesenta minutos directos a la razón y al corazón.

¡Ah! No os perdáis unos deliciosos «Ojos verdes» cantados por Amalia Rodrigues.
 

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Pensar 1.5

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Descartes afirma que el problema de la filosofía y de la ciencia estriba en el método de análisis, ya que la razón es infalible. Si falla es por su mal uso: prejuicios, impaciencia, educación, pasiones.
Describe las reglas: no se admite lo que no sea evidente, claro y distinto. Hay que dividir las dificultades en partes cada vez más simples, ordenaremos lo obtenido realizando una síntesis, y por último, enumeraremos todo para asegurarnos que no falte nada.
Empieza «metodológicamente» dudando de todo, de las cosas, de Dios, del propio cuerpo, pero esa duda universal comprueba que se destruye a sí misma; no puedo dudar de que estoy pensando al dudar, puesto que lo hago con el pensamiento. «Pienso, luego existo» dirá. Luego lo corrige, no es una deducción, es una intuición conjunta: pienso existiendo. Yo soy mi pensamiento, no mi cuerpo. Desde ahí nuestro atrevido filósofo deducirá la existencia de Dios y el que éste garantiza la existencia del mundo que nos rodea. Por otra parte, el que mi cuerpo no sea yo lo convertía en una cosa, en una máquina. Los animales, sin pensamiento, también son máquinas. Nadie entonces se daba cuenta, pero había empezado no sólo el racionalismo sino también la robótica.

Texto de Antonio Hurtado

 

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Fe en la razón

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Una de las vetas subterráneas que fluyeron a lo largo de toda la Edad Media fue el problema de conciliar fe y razón, o si queréis, filosofía con teología. San Agustín en el siglo V las había hermanado totalmente, «creo para entender y entiendo para creer» decía. Santo Tomás en el siglo XIII, separó las dos fuentes del conocimiento y admitió que había un territorio en el que la razón y la fe marchaban unidas. Guillermo no estuvo de acuerdo con ninguno de los dos. Defendió que los dos caminos deben ir siempre por separado. La inteligencia se debe dedicar a los objetos materiales y no debe usarse con los objetos de la fe. Se abría así la puerta para la investigación científica libre de la tutela del poder eclesiástico. He dicho que se abría, pero naturalmente no para que entraran de golpe ráfagas huracanadas de pensamiento libre. Fue un proceso lento, pero que tuvo en él, junto a otros, a sus héroes casi anónimos. Esta idea le arrastró a enfrentamientos con posturas ortodoxas. Si admitimos la separación de las dos esferas, ocurren muchas cosas…

Texto de Antonio Hurtado

 

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Platón: mujeres, hombres y ciudades

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La ciudad justa deberá reproducir la imagen del alma y es que la ciudad se forma por la suma de hombres y los hombres por su alma, no por su «carrocería». Desde ese presupuesto Platón se atreve a plantear una ciudad que nadie, ni sus propios discípulos aceptaron. Si me seguís un poco, lo entenderemos. El alma es como un auriga que conduce dos briosos corceles. Uno es la fortaleza, el ánimo, el otro la pasión. El auriga, conductor, es la razón, que debe armonizar todo, produciendo el equilibrio, la justicia. Así que para que una ciudad sea justa y equilibrada, cada una de las tres partes debe cumplir lo suyo y dejarse de despropósitos. Una parte debe estar dedicada a la fortaleza, son los militares. Otra debe esforzarse en producir lo necesario, el pueblo. Los aurigas deben dirigir el carro, su tarea es la razón; son los filósofos. Ahora viene lo bueno. Para que la ciudad no vuelque y se convierta en injusta, los dirigentes sabios y los militares no podrán tener propiedad alguna, ni siquiera sobre los hijos no vaya a ser que para favorecerse a sí mismos o a sus hijos se conviertan en corruptos, es que…¡todo puede ser! Por otra parte si la razón dirige, una mujer inteligente puede dirigir, no importa su «carrocería», importa su pasión por la justicia.

Texto de Antonio Hurtado

 

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