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Es patéticamente curioso cómo alguien que defendió la pasión por la vida, el protagonismo del instinto, la apología de la lucha, el desprecio hacia la debilidad, la apuesta por la soledad nacida del desprecio y el odio de los bienpensantes, acabara sus últimos años enfermo, dependiente y apenas consciente de su entorno.
Hay quien ha querido ver en sus escritos el paso progresivo de la enfermedad, pero la belleza de su literatura y la rotundidad de sus afirmaciones pueden dejar a un lado ese intento de desvirtuarlos.
Un par de recuerdos surgen de mi memoria, a veces fiel y la mayoría traidora. El primero es una película. Se trata del final de «2001: una odisea del espacio» de Kubrick. Un bebé surge, en primer plano, cerrando y superando todo lo anterior. Sería una forma de insinuar una nueva forma de vivir. Nietzsche la habría aplaudido porque desea un nuevo hombre superior, distinto, apoyado en la vida y no contra ella, un Superhombre, así con mayúscula. Nuestro filósofo y filólogo manda directamente a la basura toda la cultura anterior, enraizada en verdades fijas y absolutas. Ese mundo, hijo de Sócrates, Platón y el cristianismo debe desaparecer. Morir. Era un mundo, anclado en la debilidad y en la suprema e inmutable idea de Dios. Nietzsche grita: «Dios ha muerto».
Hay que subvertir ese orden. «Hermanos, permaneced fieles a la tierra» proclama Nietzsche desde Así habló Zaratustra. La vida es principalmente irracional, instintiva, como un triunfo de Dionisos frente a Apolo, o de lo caótico, desmesurado y frenético contra lo claro, ordenado y razonable. De esa placenta nacerá ese nuevo ser, un auténtico superhombre que se atreve a crear sus valores personales con voluntad de poder, y que vive peligrosamente su propia vida y no la del rebaño siempre dirigido.
Nietzsche, para mayor infortunio suyo y de los que lo leen, fue adoptado y traicionado. Muchos románticos, muchos irracionalistas, muchos vitalistas y hasta ideólogos nazis —con poderío de superhombre como führer, duce, caudillo—, anhelaron apropiárselo. El superhombre de menudeo también anda suelto por ahí, hoy día, volando en el comic y el videojuego, o con fuerzas sobrehumanas y máquino-adictas. No importa. Su obra no se deja. Es personal e intransferible.
Texto de Antonio Hurtado
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